Alrededor de «Sigo Siendo»

Sigo-Siendo-Costa-Sierra-Selva

En las últimas  semanas he leído diversos comentarios y críticas alrededor del reciente documental de Javier Corcuera, «Sigo Siendo». Son muchos los aspectos positivos que podemos rescatar alrededor de este film, pero echaba en falta una visión cuestionadora del retrato del Perú que hace Corcuera, a partir de su música.

He estado dándole vueltas a la idea de escribir algo al respecto, pero tuve la suerte de encontrarme con el texto de Vera Lucía Jiménez, que hace un análisis muy lúcido de la aproximación y punto de vista de Corcuera en dicho film. Comparto con un uds.  «Laberintos de identidad» de Vera Lucía Jiménez

Laberintos de identidad

Apuntes sobre el documental Sigo Siendo (Kachkaniraqmi) de Javier Corcuera

«Existe en el quechua chanka un término sumamente expresivo y muy común; cuando un individuo quiere expresar que a pesar de todo aún es, que existe todavía, dice: ¡Kachkaniraqmi!».

José María Arguedas

Citado en la página web oficial de Sigo Siendo

Pierre Duviols consuela a José María Arguedas en una de sus cartas enviadas desde Estrasburgo en 1959. Le felicita por el éxito de Ríos profundos, pero lo convence de abandonar la tristeza que le provoca escribir sobre su niñez, en especial cuando alude a las haciendas, los gamonales, los indios y la música. “Usted es demasiado atormentado. Es este un rasgo de su personalidad y un elemento entrañable de su genio literario”, escribía. Lo cierto es que Duviols no se equivocaba. Las cualidades nostálgicas y utópicas de la prosa literaria de José María Arguedas se extendían en múltiples facetas de su vida, incluso más cuando reflexionaba en torno a la música andina.  Su mirada, conservadora y reivindicativa, todavía se mantiene en algunos circuitos artísticos e intelectuales en la actualidad.

Probablemente, un ejemplo de esa tendencia es el documentalista peruano Javier Corcuera. Es inevitable identificar los vínculos que existen entre la propuesta de Sigo Siendo y los intentos de José María Arguedas, tanto en la literatura como en la antropología, por definir qué es ser campesino, indígena, costeño y, en suma, peruano a través de la reflexión de nuestras propias expresiones artísticas. El resultado de la búsqueda es el mismo: ser peruano está relacionado con la diversidad, el mestizaje y la tradición. Es evidente que tanto la visión de Javier Corcuera como la de Arguedas es bastante conservadora en el sentido de que no admite, dentro de los límites de lo posible, alteraciones a la utopía: la música es vista como un ritual colectivo ideal, que reúne historia y mística, que necesita ser preservado y defendido por los mismos intérpretes para que no se pierda en el tiempo.

Según Javier Corcuera, la diversidad de la música peruana reposaría en dos ejes: el geográfico y cultural. De ninguna manera, ambos acercamientos se excluyen entre sí, pero diferenciarlos permite entrever los supuestos que encierra cada uno. En el eje geográfico, por ejemplo, la clasificación de nuestra música se organiza a partir de la diferenciación de las regiones naturales. Existe la música de la selva, de la sierra y costa. Aunque no son estancos aislados, el director da la impresión que solo en el caso de la música serrana y costeña se ha propiciado el mestizaje, mientras en el caso de la selva todavía existe una condición de virginidad y pureza. Cuando Máximo Damián, violinista ayacuchano, visita a la familia Ballumbrosio, el espectador entiende que existe una relación entre ambos intérpretes que trasciende las divisiones geográficas, un vínculo que se da a través de la música y que crea un género nuevo, mestizo. No sucede así con la única representante de la música amazónica, Roni Wano, que no se relaciona con otro intérprete a lo largo del documental y que generalmente es retratada sola en el río.

La geografía condiciona también el estilo, entonación y temperamento de los músicos y, al mismo tiempo, influencia en la manera de componer e interpretar sus composiciones. Según lo visto en el documental, la música andina tiende más a la tristeza y melancolía que la música costeña. Las melodías entonadas por Magaly Solier son más proclives al desconsuelo que las entonadas por Victoria Villalobos, aunque los temas no sean más felices. Otros elementos como la presencia/ausencia de la ciudad y el contacto con la naturaleza determinarían también características esenciales de cada estilo musical.

Además del eje geográfico, Javier Corcuera establece rasgos de diversidad ahora a través del prisma de lo cultural. El hecho de pertenecer a una comunidad, con una tradición política y social determinada, con formas establecidas de interactuar y relacionarse con otras comunidades dispone un acercamiento condicionado a la música. En ese sentido, la misma comunidad concede un significado a la interpretación y composición de ésta y define su rol en la sociedad. A partir de ese imaginario, la música puede tener connotaciones rituales, purificadoras, de entretenimiento colectivo, catártico, de experimentación personal. Seguramente la jarana criolla no cumple con la misma función en su comunidad que las melodías de Roni Wano en la suya.

Sigo Siendo ha sido construido a partir de la conjunción de diversas historias de músicos y la participación artística (solo interpretación de canciones) de algunos otros. Algunas historias tenían una intención biográfica, otras solo mencionaban anécdotas relacionadas al oficio y el resto consistían en una narración general de sensaciones personales en torno a la música. Sin embargo, el tránsito de un relato a otro es accidentado. Por ejemplo, cuando Andrés “Chimango” Lares, violinista andino, recibe de Carlos Hayre, guitarrista y contrabajista criollo, una partitura y luego se la enseña a uno de sus alumnos, no es creíble para el espectador que exista una amistad entre ambos o, al menos una relación profesional. Por otro lado, la mayoría de conversaciones que se generan entre los participantes del documental resultan forzosas o preparadas. La presencia del documentalista/director pretende ser invisible- asumo que esa ha sido la intención del director-, sin embargo es inevitable reconocer que existe alguien allí como testigo de las historias, a pesar de la edición y no escuchar una voz omnipresente durante el rodaje.

El número de entrevistados en el documental supera la capacidad del director en ahondar en cada historia personal. El propósito inicial de “viajar por los mundos del Perú a través de la vida de sus músicos” no se cumple del todo porque no se logra conocer la vida personal de ningún músico a cabalidad y más bien se redunda, aunque no fuera la intención, en estereotipos culturales. El espectador sale de la sala sin saber algo más de lo que ya sabía: que la música peruana nos identifica como comunidad, que nos conmueve, que también nos diferencia, que forma parte del parnaso de expresiones culturales (incuestionables, bellas, absolutas, susceptibles de ser mostradas cómo símbolo de riqueza), pero de la que somos incapaces de cuestionar. La pregunta permanece: ¿qué viene después de la exaltación de la patria? ¿qué ídolos? ¿qué cuentos?

Vera Lucía Jiménez