El objetivo de estas líneas es responderle a Ricardo Bedoya, quien me califica de irresponsable, negligente y que “me las doy de académico”, en su blog Páginas del Diario de Satán, porque en mi post del 30 de junio de 2010 dije que la falta de memoria documental en el Perú tiene dos causas: la falta de un archivo y el hecho de que la vieja crítica, cuya cabeza visible número uno es Ricardo Bedoya, no le prestó mayor atención sino hasta muy recientemente.
Como ya lo decía en el 2010, lo que me lleva a escribir este blog es precisamente la falta de espacio con que el documental cuenta, y lo poco valorado y mencionado que ha sido a lo largo de la historia del mismo. Yo en ningún momento digo que Bedoya no se refiera a las producciones documentales en sus libros, lo que digo es que al hacerlo menciona indistintamente filmes de diversos autores como Jorge Volkert o Augusto Tamayo sin indicar si son de ficción o documentales. Una información mínima que cualquier libro riguroso de historia debería referir. El índice de su libro Cien años de cine en el Perú también refleja la poca importancia que le da Bedoya al género, pues este no amerita ni siquiera un capítulo o un acápite dentro de un capítulo. Este ninguneo al documental, por lo demás, es característico de esos años (70`s, 80`s, 90`s) así que no me parece raro que Bedoya incurra en lo mismo. Antes existía el prejuicio de que la ficción era arte y el documental era solamente informativo, científico. Este era un prejuicio mundial, que en el Perú se acentuaba por el hecho de que en las muestras internacionales de cine que llegaban era poco común encontrarse con un documental, lo que incrementaba la sensación de poca importancia del género. Por supuesto mi intención no ha sido en ningún momento personalizar la acusación y achacarle a Bedoya todos los males de la vieja escuela de la crítica. Si lo he mencionado, como dije, es porque pertenece a esa generación y es el crítico más conocido e influyente en el medio local. Además, es el único que, por el momento, ha escrito libros de historia del cine nacional.
Lamentablemente ese menosprecio del pasado por el documental se manifiesta todavía en la actualidad, pese al consenso que existe sobre la importancia del boom del género documental. Si no, veamos: en los últimos doce años se han realizado más de 500 documentales peruanos (no hago distinción de duración) que han sido exhibidos en diversos espacios culturales en todo el país.
Dentro de esta producción podemos encontrar una gran y variada gama de estilos y propuestas -desde los clásicos documentales de denuncia social hasta producciones que rozan lo experimental- en las que la presencia del yo del realizador se manifiesta de muy diversas y creativas maneras. En algunas el uso del material de archivo pasa por la apropiación y manipulación del mismo. En otras se cuestiona la labor del documentalista y del propio género a través del falso documental o se critica la historia oficial impuesta por el estado en beneficio de la memoria familiar y la importancia de lo íntimo o se hace uso de la ironía y el sarcasmo para tocar ciertos temas que sin humor son muy difíciles de abordar.
En Páginas del Diario de Satán se han comentado algunos documentales que compitieron en distintas ediciones del Festival de Lima, se ha reseñado algunos de los trabajos de Marianela Vega, Sofía Velásquez y Gabriela Yepes, y últimamente Bedoya ha escrito sobre Lima Bruja de Rafael Polar. Desde el 2007 hay alrededor de 50 notas dedicadas al documental. Pero dentro de un universo de 1317 notas, estas 50 representan menos del 5% de los artículos. Porcentaje que me parece insuficiente si se tiene en cuenta el importante aporte que el género documental está haciendo al cine peruano en los últimos años. Desde los trabajos de la prestigiosa documentalista Heddy Honigmann, en donde Metal y melancolía (1993) es una pieza imprescindible de ver, los ensayos de Juan Alejandro Ramírez y la hermética obra de Mary Jiménez (cabe resaltar que en estos años se han hecho retrospectivas de todos ellos) hasta los documentales de jóvenes realizadores con propuestas arriesgadas y experimentales, como Leonardo Sagástegui (Un día – 2002), Javier Becerra (Camino Barbarie – 2004), Alejandro Cárdenas (Alias Alejandro – 2005), Raúl del Busto y Cinthia Inamine (La espera de Ryowa – 2006), Malena Martínez (Felipe, vuelve – 2009), Fernando Gutiérrez (Un héroe inmortal – 2009), Juan Daniel Fernández (Reminiscencias – 2010), Fernando Vílchez (La calma – 2010), Vicente Cueto (Raccaya-Umasi – 2011), entre tantos otros. Ninguno de ellos ha merecido una crítica en el blog de Ricardo Bedoya.
El poco interés por el documental que muestra Bedoya en Páginas del Diario de Satán refuerza mi percepción de que todavía hay mucho desconocimiento y falta de difusión del documental. Creo que es importante que se comience a hablar mucho más sobre dicho género. Como muchos teóricos internacionales sostienen, la ficción hace años que dejó el espacio protagónico y se considera al documental el género más vivo de todos. Pienso que decir y compartir estas ideas permitirá que más espectadores consuman documental y se rompan los viejos prejuicios que hay alrededor de este. Creo que cuantos más blogs, artículos, revistas y producciones haya será mucho mejor para nuestro país, en donde se seguirá produciendo más del nuevo cine y en donde el documental tiene una gran importancia.
Mauricio Godoy
Pd . En relación a la influencia de Emilio Bustamante en el interés de Ricardo Bedoya por el documental, debo decir que es una apreciación personal basada en los artículos que Emilio escribió desde 1995 en los números 5 y 6 de La gran ilusión, donde reivindicaba la producción en video (dentro la cual estaba incluida prácticamente toda la producción documental del momento) cuando Bedoya y otros críticos la desdeñaba por no considerarla cine (para ellos el cine solo era el que se hacía en película de 35 o 16 mm.). Emilio se mantuvo en su posición defendiendo casi en solitario el video hasta su artículo sobre TQ 1992 en el número 13 de La gran ilusión del año 2003 (el último de esa desaparecida revista), donde dice que el cine peruano más interesante no es el que se produce en soporte fílmico sino en video. Recién después de este artículo Bedoya cambia su actitud respecto a la producción en video, dentro de la cual, como repito, estaban incluidos todos los documentales peruanos que, casi en su totalidad, siguen siendo realizados en soporte electromagnético hasta hoy.
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